Publicamos aquí este excelente artículo de Miguel Ángel Santos Guerra (Catedrático de didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Málaga)
La relación familia/escuela es hoy especialmente necesaria. En una etapa en la que la crisis de valores se hace patente, la unidad de acción resulta imprescindible. Los profesores necesitamos información, ayuda, colaboración y apoyo de los padres y de las madres. Y la familia necesita la intervención de profesionales que trabajan colegiadamente en el marco de una institución educativa.Cuando estas dos instancias juegan una partida de tenis (anti)pedagógico (pelota para allá, pelota para acá, pelota para acá, pelota para allá) los niños pierden la partida. Las acusaciones van de una parte a otra, de una instancia a otra y nadie quiere hacerse responsable de nada. La culpa del fracaso la tiene la familia, dicen los profesores. La culpa de los problemas que tienen los niños la tienen los profesores, dicen los padres.He asistido a muchas reuniones conjuntas de padres y profesores. El diálogo, muchas veces, se produce de esta curiosa forma. Comienzan los padres (o las madres, casi siempre, que son las ‘delegadas familiares’ de la educación):-A mi hijo, ayer, le metió un compañero un lápiz en un ojo. Los niños no tienen la vigilancia necesaria. No hay derecho.El turno les corresponde ahora de los profesores, que es como si no hubieran oído nada de lo dicho por los padres:-He citado a una familia a través de todos los medios posibles: carta, teléfono, Internet… y ha sido como si oyeran llover. ¿Cómo podemos trabajar así?
Imagino ese tipo de diálogo como si cada sector hubiese acudido a la cita con un cesto de piedras. Comienza el intercambio. Y comienza la pelea. Piedra que vuela hacia las cabezas de los profesores, piedra que impacta en el cuerpo de los padres… ¿Qué sucede al final? Pues que todos salen llenos de heridas, de chichones y de dolor. Nadie ha avanzado un centímetro hacia mejores posiciones. Alguna vez he modificado la propuesta de estos diálogos diciendo:-Ahora los padres van a reflexionar en voz alta sobre aquellas situaciones, actitudes o ideas que tienen que cambiar. Y lo mismo harán los profesores. Lo llamativo es que han salido las mismas cuestiones, pero ahora sin producir heridas.-Nosotros tenemos que intensificar la vigilancia en los patios porque están llenos de peligros, dicen los profesores.-Nosotros tenemos que acudir más puntual y diligentemente a las citas de los tutores, dicen los padres.Hay que acabar con el tenis (anti)pedagógico. Para ti la pelota de la culpa. Para ti la pelota del fracaso. Y así hasta la extenuación sin que nadie de un paso hacia la mejora de la educación de los hijos y alumnos. La colaboración se tiene que producir en todos los ámbitos. En el didáctico, es decir en lo relativo a los aprendizajes. En el educativo, que esta vinculado a la esfera de actitudes y valores. En lo organizativo, es decir en la gestión institucional. Y en lo comunitario, que proyecta la acción educativa en la sociedad.La colaboración, por otra parte, tiene que ser sincera, sustantiva, real y exigente. Hay muchas trampas en la participación. Por ejemplo cuando se trata de una participación regalada (”vamos a dejar participar a las familias”, se dice, como si no fuera la participación un derecho y un deber). O cuando la participación está recortada y reducida a los aspectos marginales de la actividad curricular (”las familias van a organizar las actividades extraescolares”…). O cuando la participación está trucada (”los padres van a participar, pero solamente si están en la línea impuesta por el profesorado”…). O cuando la participación es meramente formal, pero no real (”se han respetado todas las exigencias legales”…).La participación tiene también exigencias. Hay que tomar parte (eso es participar) para ayudar, no para destruir. Para animar, no para condenar. Para exigir, no para actuar de comparsa. Para estimular, no para amenazar.Claro que lo primero que tiene que suceder es que la sociedad y la familia respete y valore a los profesores. No siempre han sido bien tratados. Y ahora tampoco. Un médico amigo, de gran sensibilidad pedagógica y asistente a uno de mis cursos, me envía la siguiente anécdota que oyó contar a su abuelo, que fue maestro de escuela. Antes de la guerra fue enviado a una escuela rural, en una masía aislada de la Sierra del Maestrazgo castellonense, entre los pueblos de Benasal y Vistabellla. Una escuela, la Escuela del Canto, que era un aula con una pequeñísima casa adjunta poco preparada para las inclemencias del clima. La asistencia de los niños era irregular. Los desplazamientos desde sus casas a la escuela y la falta que hacían en sus casas para ayudar limitaban su presencia. Sin embargo parece que la labor que allí hacía era bien considerada por los niños y sus familiares. Así, un buen día, vieron subir la loma de la escuela a dos hermanos que cargaban un cesto enorme lleno a reventar de higos. Un cesto más grande que ellos. A duras penas lo arrastraban agarrando cada uno de una de las asas. Una vez arriba el maestro preguntó:-Pero, ¿dónde vais con eso, hijos míos?-Son para usted, señor maestro, dijeron con orgullo los niños.-Pero, esto…-Son para usted. Mi padre dijo: venga, pues como el cerdo ya no los quiere… llevádselos al maestro.Cuando no se respetas a los profesores, es imposible avanzar. Y tampoco cuando los profesores piensan que los padres y las madres no tienen capacidad para actuar de forma eficaz y responsable. Cuando no se confía en ellos, cuando no se cuenta con ellos y cuando se piensa que sólo están ahí para estorbar.Hay que ganar esa partida de tenis entre todos Y para ello todos tenemos que estar en el mismo bando. Escuela y familia. Familia y escuela. Escuela, familia y sociedad. En el otro bando juegan el pesimismo, el fatalismo, la agresividad, la intolerancia, el desinterés, la rutina, la comodidad, la injusticia, la desigualdad y, en definitiva, desastre.
Imagino ese tipo de diálogo como si cada sector hubiese acudido a la cita con un cesto de piedras. Comienza el intercambio. Y comienza la pelea. Piedra que vuela hacia las cabezas de los profesores, piedra que impacta en el cuerpo de los padres… ¿Qué sucede al final? Pues que todos salen llenos de heridas, de chichones y de dolor. Nadie ha avanzado un centímetro hacia mejores posiciones. Alguna vez he modificado la propuesta de estos diálogos diciendo:-Ahora los padres van a reflexionar en voz alta sobre aquellas situaciones, actitudes o ideas que tienen que cambiar. Y lo mismo harán los profesores. Lo llamativo es que han salido las mismas cuestiones, pero ahora sin producir heridas.-Nosotros tenemos que intensificar la vigilancia en los patios porque están llenos de peligros, dicen los profesores.-Nosotros tenemos que acudir más puntual y diligentemente a las citas de los tutores, dicen los padres.Hay que acabar con el tenis (anti)pedagógico. Para ti la pelota de la culpa. Para ti la pelota del fracaso. Y así hasta la extenuación sin que nadie de un paso hacia la mejora de la educación de los hijos y alumnos. La colaboración se tiene que producir en todos los ámbitos. En el didáctico, es decir en lo relativo a los aprendizajes. En el educativo, que esta vinculado a la esfera de actitudes y valores. En lo organizativo, es decir en la gestión institucional. Y en lo comunitario, que proyecta la acción educativa en la sociedad.La colaboración, por otra parte, tiene que ser sincera, sustantiva, real y exigente. Hay muchas trampas en la participación. Por ejemplo cuando se trata de una participación regalada (”vamos a dejar participar a las familias”, se dice, como si no fuera la participación un derecho y un deber). O cuando la participación está recortada y reducida a los aspectos marginales de la actividad curricular (”las familias van a organizar las actividades extraescolares”…). O cuando la participación está trucada (”los padres van a participar, pero solamente si están en la línea impuesta por el profesorado”…). O cuando la participación es meramente formal, pero no real (”se han respetado todas las exigencias legales”…).La participación tiene también exigencias. Hay que tomar parte (eso es participar) para ayudar, no para destruir. Para animar, no para condenar. Para exigir, no para actuar de comparsa. Para estimular, no para amenazar.Claro que lo primero que tiene que suceder es que la sociedad y la familia respete y valore a los profesores. No siempre han sido bien tratados. Y ahora tampoco. Un médico amigo, de gran sensibilidad pedagógica y asistente a uno de mis cursos, me envía la siguiente anécdota que oyó contar a su abuelo, que fue maestro de escuela. Antes de la guerra fue enviado a una escuela rural, en una masía aislada de la Sierra del Maestrazgo castellonense, entre los pueblos de Benasal y Vistabellla. Una escuela, la Escuela del Canto, que era un aula con una pequeñísima casa adjunta poco preparada para las inclemencias del clima. La asistencia de los niños era irregular. Los desplazamientos desde sus casas a la escuela y la falta que hacían en sus casas para ayudar limitaban su presencia. Sin embargo parece que la labor que allí hacía era bien considerada por los niños y sus familiares. Así, un buen día, vieron subir la loma de la escuela a dos hermanos que cargaban un cesto enorme lleno a reventar de higos. Un cesto más grande que ellos. A duras penas lo arrastraban agarrando cada uno de una de las asas. Una vez arriba el maestro preguntó:-Pero, ¿dónde vais con eso, hijos míos?-Son para usted, señor maestro, dijeron con orgullo los niños.-Pero, esto…-Son para usted. Mi padre dijo: venga, pues como el cerdo ya no los quiere… llevádselos al maestro.Cuando no se respetas a los profesores, es imposible avanzar. Y tampoco cuando los profesores piensan que los padres y las madres no tienen capacidad para actuar de forma eficaz y responsable. Cuando no se confía en ellos, cuando no se cuenta con ellos y cuando se piensa que sólo están ahí para estorbar.Hay que ganar esa partida de tenis entre todos Y para ello todos tenemos que estar en el mismo bando. Escuela y familia. Familia y escuela. Escuela, familia y sociedad. En el otro bando juegan el pesimismo, el fatalismo, la agresividad, la intolerancia, el desinterés, la rutina, la comodidad, la injusticia, la desigualdad y, en definitiva, desastre.
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