La costumbre de pedir opinión a los niños se va extendiendo cada vez más, y alcanza a edades muy tempranas. Sin embargo, ¿es bueno pedir a los niños opinión sobre temas en los que no tienen capacidad de deliberar ni conocimiento para sopesar las opciones?
“¿Leche o zumo?”, le consultaba una madre ideal a su tierno infante en un anuncio. Una pregunta sin importancia. Un comportamiento habitual en una madre moderna que, además de querer lo mejor para su hijo, le permite participar en las decisiones que le afectan. Pero, ¿sabe el niño qué es lo mejor para él? ¿Sabe acaso qué es la vitamina C, o qué son las proteínas?
En miles de hogares se pregunta a los niños qué quieren cenar, o se les permite elegir qué ropa ponerse. Son preguntas sencillas sin aparente trascendencia, hechas a niños cada vez más pequeños. Por supuesto, existen casos más llamativos: hay quien les pregunta por dónde ir un fin de semana, o todas las vacaciones; quien les consulta sobre la posibilidad de cambiarse de casa o de tener un hermanito, o incluso sobre si se separan; hay, en fin, quien, a base de dejar elegir al niño, abdica de su responsabilidad hasta convertirle en un tirano al que se teme contrariar.
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